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viernes, 30 de octubre de 2009

Unos van... otros vienen...

El sábado pasado fui a visitar a mi abuelita y entre sus platicas comenzó a hablarme de la muerte; ella ya se sentía cansada y sola, lo único que deseaba era descansar de una larga vida, pues tenía más de ochenta años. Yo, naturalmente, no le hice mucho caso, ya que ella siempre me hablaba de eso.

Todos sabemos que algún día tenemos que morir, lo interesante de este caso es que mi abuelita ya sabía que había llegado el momento de partir; mi sorpresa no pudo ser minúscula cuando el pasado marte mio papá me llamó para darme la mala noticia de la muerte de mi abuelita.

En ese momento sentí que la sangre se me congeló, quedé totalmente paralizada sin saber qué hacer, lo único que se me ocurrió fue ponerme a llorar, y no era para menos, pues desde niña estuve muy apegada a ella, me cuidaba mientras mis papás trabajaban, en fin, fue mi mejor amiga de toda la vida.

Algo muy gracioso que ocurrió es que al siguiente día, de la muerte de mi abuelita, mi hermana tuvo a su bebé, un hermoso niño que vino a darnos un momento de alegría en medio de una tragedia.

Todo esto me lleva a pensar que en cualquier momento, sin esperarlo, podemos perder a un ser que amamos, sin embargo, ese lugar no queda vacío, pues puede llenarse con la llegada de un miembro a la familia o de cualquier otra forma.

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